viernes, 7 de septiembre de 2012

I have a dream...


El Señor Político estaba esperando apoyado en una farola. Había quedado a las 12 en punto con el Albañil, el Camionero y la Limpiadora, y se retrasaban ya cinco minutos. A las 12:06 vio llegar a los tres desde el otro lado de la plaza. Los saludó alzando la mano, a lo que ellos respondieron con el mismo gesto.

    —Buenas tardes, Señor Político, ¿le hemos hecho esperar mucho? —dijo el Albañil.
    —No, que va, acababa de llegar.
    —Muy bien, pues usted dirá para qué nos ha citado aquí —intervino con un poco de prisa la Limpiadora, cuyo turno le exigía estar de vuelta al trabajo en 10 minutos.
    —Verán, como ya saben, las cosas no van precisamente bien en este país, y buena parte de la culpa (aunque no toda) la tenemos la gente como yo, los que manejamos y gobernamos esta bella nación. Por eso, hemos reunido entre unos cuantos compañeros, tanto de mi partido como de la oposición, todo el dinero del cual disponíamos, más algunos créditos que he pedido a mi nombre, y hemos conseguido reunir en total unos 20 millones de euros aproximadamente, que repartiré encantado entre la gente menos pudiente, como ustedes. Quiero que extiendan la voz por el barrio y que todo aquel que necesite alguna ayuda venga a verme a mi casa esta tarde.
    —Un momento, Señor Político, ¿nos va a regalar usted dinero sin pedir nada a cambio?
    —Eso es.

El Señor Político despertó en su cama sudoroso. La mano le temblaba y el corazón le latía a mil por hora. Había tenido una pesadilla horrible de la que prefería no acordarse, pero sin que él pudiera evitarlo las palabras “regalar dinero” aún resonaban con fuerza en su cabeza. Fue al cuarto de baño y se lavó la cara, regresó a su dormitorio y todo el nerviosismo desapareció al ver la libretilla de citas que tenía sobre la mesita de noche: hoy venía Don Banquero a su casa. Se vistió con camisa blanca y corbata negra y preparó un par de cafés con dos croissants. Al poco tiempo de colocar elegantemente el desayuno sobre la mesa sonó el timbre.

    —Pase usted, Don Banquero, como si estuviera en su casa.
    —Muchas gracias, Señor Político.

Se sentaron el uno frente al otro y dieron un pequeño sorbo al café.

    —Bueno, Señor Político —empezó a decir Don Banquero con tono solemne—, como entiendo que los gobernantes de este país están pasando por un mal trago y que buena parte de la culpa (aunque no toda) es de los que, como yo, dirigimos los grandes bancos, me he reunido con los directores de las entidades más importantes y hemos reunido unos 80 o 90 millones de euros, que donaremos encantados a ustedes para que hagan con ellos lo que les plazca, a fin de resolver por fin esta terrible crisis. Quiero recalcar que no esperamos ningún tipo de compensación o favor a cambio, y tampoco ejerceremos ninguna clase de control sobre lo que decidan hacer con ese dinero.
    —Un momento, Don Banquero, ¿me está diciendo que nos va a regalar usted dinero sin pedir nada a cambio?
    —Eso es.

Don Banquero se despertó de un salto de aquel terrible sueño. Tenía la espalda sudada y una incómoda sensación de desasosiego y déjà vu. En el cuarto de aseo se echó con fuerza el agua contra la cara, pero no lograba quitarse de la cabeza una inquietante frase: “sin pedir nada a cambio”. Mientras se vestía seguía dándole vueltas a lo que podría significar aquella extraña ensoñación y qué podría haberla ocasionado, pero dejó de cavilar sobre el asunto cuando clavó la vista en su libretilla de citas. Rápidamente se acercó a la gran cama de matrimonio y despertó a su pareja, que aún dormía plácidamente.

    —Señor Político, cariño, despierta.
    —¿Qué pasa...?
    —¿Es que te has olvidado? ¡Hoy recibimos al Albañil, el Camionero y la Limpiadora!

El Señor Político se levantó de un salto. Corriendo se pusieron a punto y prepararon un tentempié para los invitados. Cuando sonó el timbre los dos corrieron a abrir con una sonrisa de oreja a oreja.

    —Pasen, amigos, como si estuvieran ustedes en su casa —dijeron al unísono.
    —Muchas gracias.

Se sentaron los tres recién llegados en unas modestas sillas y, en un cómodo sofá frente a ellos, se colocaron el Señor Político y Don Banquero.

    —Verán, señores —empezó ha hablar el Camionero en representación de los tres—, vistos los tiempos de crisis que corren y aunque creo que no hemos tenido ninguna parte de culpa en los hechos que la han desencadenado y empeorado, hemos decidido los miembros de nuestro colectivo, es decir, el ciudadano de a pie sin grandes sueldos, ni mansiones, ni coches oficiales, que lo mejor es que ustedes dispongan de nuestro dinero como les plazca. No es mucho individualmente, pero si nos exprimen por los medios de los que ustedes disponen, estamos seguros de que llegará a ser una cantidad importante, que podrán gastar en lo que quieran sin ningún tipo de control ni reproche por nuestra parte.

Don Banquero y el Señor Político sonreían complacidos.

    —Muchas gracias por todo, buen amigo. Daremos buen uso a vuestro dinero. O mejor llamarlo “nuestro dinero”, ¿no?

El chiste del Señor Político fue secundado por las carcajadas socarronas de Don Banquero. Cuando se dio la reunión por finalizada y la visita se disponía a marcharse, el Albañil notó algo raro que lo empujó a volver a sentarse. Tenía la impresión de que algo fallaba, pero no sabía que era.
    —Un momento, señores míos- empezó a hablar, pensativo-, si acaba de decir mi compañero que nosotros creemos no tener la culpa de nada y donar una parte de nuestros sueldos, algo que para ustedes supone muy poco, es para nosotros un abismo, ¿por qué hemos de ser los que carguen con todo el peso de esta situación?- de pronto nada de lo que se había hablado hasta ahora tenía sentido. ¿Cómo podían estar en medio de esta situación? ¿Quién había decidido aquella locura que estaba apunto de cometerse y en la que él tomaba parte sin saber por qué? La desesperación comenzó a apoderarse de él.- Creo que todo esto es un sueño, ¿verdad? ¡Es como en la película esa! ¡Origen! ¡Un sueño dentro de otro! Todo es mentira, tan solo estoy durmiendo, ¿verdad?

Entonces la sonrisa de Don Banquero y el Señor Político se hizo más y más amplia, dejando ver sus dientes blancos refulgir como colmillos de tiburón. Y fue Don Banquero el que respondió a la pregunta del Ciudadano con las medidas palabras que siguen:

    —Tu Puta Madre.


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