sábado, 24 de noviembre de 2012

Acicalamiento Mañanero


Te levantas una mañana cualquiera. Vas al cuarto de baño y te miras al espejo, como siempre. No estás mal, al menos no tan mal como otras veces. La almohada ha hecho que tu pelo adopte un peinado alborotado que queda natural; notas la piel de la cara suave, a excepción de la zona de la barba, a la que ves con el espesor perfecto después de tres o cuatro días sin afeitarte (te da cierto atractivo sin llegar a parecer desaliñado); en definitiva, tu aspecto es aceptable. Te lavas la cara, los dientes, te vistes, desayunas y, como tienes aún diez minutos antes de irte, vuelves al espejo a revisar tu imagen. Todo sigue tan bien como estaba... de no ser por ese pequeño par de granos incipientes que ahora adviertes bajo la intensa luz de los focos sobre el espejo. Son casi imperceptibles, pero, tras dudarlo un poco, crees que lo mejor es eliminarlos para que no vayan a más. Colocas tus dedos en torno a uno de ellos y aprietas con fuerza. No consigues nada, solo que el grano se enrojezca y engorde más. Ya no hay marcha atrás: es necesario acabar con él. Vuelves a intentarlo y, por fin, su contenido se libera en una explosión dolorosa y repulsiva. Haces lo mismo con su hermano, que opone menos resistencia, y el balance final es de dos granos menos y un par de protuberancias color rojo, grandes como cuernos. A todo esto, bajando un poco la vista de la frente, localizas unos puntos negros bordeando la nariz. Decides, ya que has empezado, acabar también con ellos y, cuando vienes a darte cuenta, tu cara se asemeja a una granada abierta, poblada de granos carmesí centelleantes, dulce fruto obtenido por querer eliminar lo invisible. Después de este momento patéticamente poético, cuando pasas la mano por la cara para tocar las hinchazones, sientes que tu barba no está tan bien como en principio habías creído. Todavía te quedan unos siete minutos para irte, te da tiempo a un afeitado rápido. Lo malo es que, con las prisas, se te escapan un par de cortes mal dados, que hay que tapar con trocitos de papel higiénico para que no sangren. Para colmo te das cuenta (demasiado tarde) de que se te olvidó comprar After Shave cuando saliste ayer al Mercadona, así que improvisas un apaño mezclando alcohol etílico con un poco de agua, que te hace hervir la cara (en especial cuando entra en contacto con alguno de los granos explotados). Te quedan tres minutos y, al mirarte de nuevo, el pelo tampoco te acaba de convencer. Coges el peine y, después de varias pasadas que no hacen sino estropear cada vez más el estropajoso cabello de recién levantado, desistes .

Por último miras tu reflejo y ves una cara mal afeitada, irritada y poblada de pequeños bultos ardientes, un pelo enmarañado y mal peinado... y una expresión de mala leche indescriptible.

Definitivamente estás listo para ir a clase.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario