El Señor Político estaba esperando
apoyado en una farola. Había quedado a las 12 en punto con el
Albañil, el Camionero y la Limpiadora, y se retrasaban ya cinco
minutos. A las 12:06 vio llegar a los tres desde el otro lado de la
plaza. Los saludó alzando la mano, a lo que ellos respondieron con
el mismo gesto.
—Buenas tardes, Señor Político,
¿le hemos hecho esperar mucho? —dijo el Albañil.
—No, que va, acababa de llegar.
—Muy bien, pues usted dirá para qué
nos ha citado aquí —intervino con un poco de prisa la Limpiadora,
cuyo turno le exigía estar de vuelta al trabajo en 10 minutos.
—Verán, como ya saben, las cosas no
van precisamente bien en este país, y buena parte de la culpa
(aunque no toda) la tenemos la gente como yo, los que manejamos y
gobernamos esta bella nación. Por eso, hemos reunido entre unos
cuantos compañeros, tanto de mi partido como de la oposición, todo
el dinero del cual disponíamos, más algunos créditos que he
pedido a mi nombre, y hemos conseguido reunir en total unos 20
millones de euros aproximadamente, que repartiré encantado entre la
gente menos pudiente, como ustedes. Quiero que extiendan la voz por
el barrio y que todo aquel que necesite alguna ayuda venga a verme a
mi casa esta tarde.
—Un momento, Señor Político, ¿nos
va a regalar usted dinero sin pedir nada a cambio?
—Eso es.
El Señor Político despertó en su
cama sudoroso. La mano le temblaba y el corazón le latía a mil por
hora. Había tenido una pesadilla horrible de la que prefería no
acordarse, pero sin que él pudiera evitarlo las palabras “regalar
dinero” aún resonaban con fuerza en su cabeza. Fue al cuarto de
baño y se lavó la cara, regresó a su dormitorio y todo el
nerviosismo desapareció al ver la libretilla de citas que tenía
sobre la mesita de noche: hoy venía Don Banquero a su casa. Se
vistió con camisa blanca y corbata negra y preparó un par de cafés
con dos croissants. Al poco tiempo de colocar elegantemente el
desayuno sobre la mesa sonó el timbre.
—Pase usted, Don Banquero, como si
estuviera en su casa.
—Muchas gracias, Señor Político.
Se sentaron el uno frente al otro y
dieron un pequeño sorbo al café.
—Bueno, Señor Político —empezó
a decir Don Banquero con tono solemne—, como entiendo que los
gobernantes de este país están pasando por un mal trago y que
buena parte de la culpa (aunque no toda) es de los que, como yo,
dirigimos los grandes bancos, me he reunido con los directores de
las entidades más importantes y hemos reunido unos 80 o 90 millones
de euros, que donaremos encantados a ustedes para que hagan con
ellos lo que les plazca, a fin de resolver por fin esta terrible
crisis. Quiero recalcar que no esperamos ningún tipo de
compensación o favor a cambio, y tampoco ejerceremos ninguna clase
de control sobre lo que decidan hacer con ese dinero.
—Un momento, Don Banquero, ¿me está
diciendo que nos va a regalar usted dinero sin pedir nada a cambio?
—Eso es.
Don Banquero se despertó de un salto
de aquel terrible sueño. Tenía la espalda sudada y una incómoda
sensación de desasosiego y déjà vu. En el cuarto de aseo se echó
con fuerza el agua contra la cara, pero no lograba quitarse de la
cabeza una inquietante frase: “sin pedir nada a cambio”. Mientras
se vestía seguía dándole vueltas a lo que podría significar
aquella extraña ensoñación y qué podría haberla ocasionado, pero
dejó de cavilar sobre el asunto cuando clavó la vista en su
libretilla de citas. Rápidamente se acercó a la gran cama de
matrimonio y despertó a su pareja, que aún dormía plácidamente.
—Señor Político, cariño,
despierta.
—¿Qué pasa...?
—¿Es que te has olvidado? ¡Hoy
recibimos al Albañil, el Camionero y la Limpiadora!
El Señor Político se levantó de un
salto. Corriendo se pusieron a punto y prepararon un tentempié para
los invitados. Cuando sonó el timbre los dos corrieron a abrir con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Pasen, amigos, como si estuvieran
ustedes en su casa —dijeron al unísono.
—Muchas gracias.
Se sentaron los tres recién llegados
en unas modestas sillas y, en un cómodo sofá frente a ellos, se
colocaron el Señor Político y Don Banquero.
—Verán, señores —empezó ha
hablar el Camionero en representación de los tres—, vistos los
tiempos de crisis que corren y aunque creo que no hemos tenido
ninguna parte de culpa en los hechos que la han desencadenado y
empeorado, hemos decidido los miembros de nuestro colectivo, es
decir, el ciudadano de a pie sin grandes sueldos, ni mansiones, ni
coches oficiales, que lo mejor es que ustedes dispongan de nuestro
dinero como les plazca. No es mucho individualmente, pero si nos
exprimen por los medios de los que ustedes disponen, estamos seguros
de que llegará a ser una cantidad importante, que podrán gastar en
lo que quieran sin ningún tipo de control ni reproche por nuestra
parte.
Don Banquero y el Señor Político
sonreían complacidos.
—Muchas gracias por todo, buen
amigo. Daremos buen uso a vuestro dinero. O mejor llamarlo “nuestro
dinero”, ¿no?
El chiste del Señor Político fue
secundado por las carcajadas socarronas de Don Banquero. Cuando se
dio la reunión por finalizada y la visita se disponía a marcharse,
el Albañil notó algo raro que lo empujó a volver a sentarse. Tenía
la impresión de que algo fallaba, pero no sabía que era.
—Un momento, señores míos- empezó
a hablar, pensativo-, si acaba de decir mi compañero que nosotros
creemos no tener la culpa de nada y donar una parte de nuestros
sueldos, algo que para ustedes supone muy poco, es para nosotros un
abismo, ¿por qué hemos de ser los que carguen con todo el peso de
esta situación?- de pronto nada de lo que se había hablado hasta
ahora tenía sentido. ¿Cómo podían estar en medio de esta
situación? ¿Quién había decidido aquella locura que estaba
apunto de cometerse y en la que él tomaba parte sin saber por qué?
La desesperación comenzó a apoderarse de él.- Creo que todo esto
es un sueño, ¿verdad? ¡Es como en la película esa! ¡Origen! ¡Un
sueño dentro de otro! Todo es mentira, tan solo estoy durmiendo,
¿verdad?
Entonces la sonrisa de Don Banquero y
el Señor Político se hizo más y más amplia, dejando ver sus
dientes blancos refulgir como colmillos de tiburón. Y fue Don
Banquero el que respondió a la pregunta del Ciudadano con las
medidas palabras que siguen: